Hemos
dado un paseo por los humedales de Salburua para visitar a los amigos ciervos,
quienes, al vernos, continuaron rumiando su menú de hierba más fresca y
crecida que nunca. Hoy hace tarde de domingo, aunque sea jueves. La gente pasea por los anillos verdes y también por la
ciudad, alegres y relajados, vestidos de domingo, aunque sea jueves. Ya no vamos de trapillo como
durante los meses de confinamiento, cuando nadie se vestía para los demás, sino
para bajar al súper o a la farmacia con la ropa de andar por casa, o con una
camiseta y unos pantalones viejos para tirar. Hoy ya no. La ciudadanía ha
despertado de su extraño y atemorizado letargo y ha elegido la ropa que se iba
a poner. Los colores concuerdan y la cabeza va erguida. Aunque la mascarilla
borre la boca, la sonrisa llega hasta los ojos, cejas y frente. No sólo la boca
dibuja la sonrisa. Y a pesar de la imagen distópica de la gente con mascarilla,
nadie teme al apocalipsis bajo el sol. La ciudad ha perdido los tonos plomizos y en
el ánimo no resuena el acorde sostenido de órgano como en las películas futuristas
catastróficas. Necesitamos volver a la normalidad, como dicen unos; o a la
subnormalidad, como dicen los “graciosos”. Pronto haremos balances, estudios,
películas, retrospectivas, revisiones analíticas, prospecciones, documentales,
etcétera. Pero mucho me temo que un porcentaje de gente severamente alto lo haya
borrado de su disco duro para seguir creyendo que la “normalidad” de antes
existe todavía y es un valor seguro. Y cuando digo “antes” me refiero a toda la
vida. Eso explicaría que en los foros del poder hayamos vuelto a los tiempos de
la segunda República, a la crueldad, el exabrupto y la desfachatez beligerante de quienes no admiten la alternancia en los gobiernos.
No puedo dar la cara (entera) ante tanto despropósito.
Muchos habíamos caído en la tentación
de tener esperanzas en que el escarmiento de la pandemia y el tiempo de reflexión e introspección nos
rehabilitaran y predispusieran a una nueva forma mejorada(más creativa, respetuosa y sosegada) de ocupar un lugar en el mundo. Sin embargo, ni por esas. Estamos abocados a reincidir y estamos hechos a la fealdad del estancamiento. La pregunta del millón es: ¿qué
dosis de Covid-19 u otras catástrofes o plagas habrán de asolarnos antes de que la humanidad asuma sus errores?