El Mediterráneo de cuando éramos niños, con sus
grandes toallas de colores y su olor a mariscada. El Mediterráneo de nuestros
primeros besos y de los septiembres tristes. Ese Mediterráneo donde nacieron
las civilizaciones y las lenguas madres, donde se bañaron nuestros tatarabuelos
y podrían seguir bañándose nuestros tataranietos. Ese mar cerrado que sin
embargo nos abre a los otros. El mar de los turistas color cangrejo y de las
carabelas fenicias. El mar de las utopías, de las mitologías, de las epopeyas y
de las odiseas.
Tenemos tanto que decir sobre el Mediterráneo. Quienes
nacieron a sus orillas, quienes nos criamos en su regazo, quienes lo cruzaron
agonizando y quienes sucumbieron. Tenemos tanto que decir sobre el
Mediterráneo.
Tenemos tanto que lamentar sobre el Mediterráneo. Quienes
contaminan sus aguas, quienes emponzoñan su cultura, quienes pisotean su
historia, quienes tergiversan su presente, quienes saquean sus tesoros, quienes
descargan su munición, quienes rearman a sus ejércitos, quienes callan y
otorgan, quienes hablan manteniendo equidistancia. Tenemos tanto que lamentar sobre
el Mediterráneo.
Entre todos lo estamos matando y entre todos
podríamos salvarlo. Nadie parece comprender que está en nuestras manos. Que él es
el camino de Itaca. ¿Cómo resignarse a olvidar las palabras de Kavafis? Y,
sobre todo, ¿por qué olvidarlas? ¿Para qué? ¿No son ya suficientes los
ahogados, los mutilados, los desarrapados? ¿Hay que seguir viviendo la
pesadilla diseñada por quienes no saben soñar ni compartir la realidad? El
mensaje está escrito: no debemos temer a los monstruos si no están dentro de
nosotros. ¿Comprenderemos al fin qué significan las Itacas?
“Cuando
emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea
largo,
lleno de aventuras, lleno
de experiencias.
No temas a los lestrigones
ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás
en tu camino,
si tu pensar es elevado, si
selecta
es la emoción que toca tu
espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a
los cíclopes
ni al salvaje Poseidón
encontrarás,
si no los llevas dentro de
tu alma,
si no los yergue tu alma
ante ti.
Pide que el camino sea
largo.
Que muchas sean las mañanas
de verano
en que llegues -¡con qué
placer y alegría!-
a puertos nunca vistos
antes.
Detente en los emporios de
Fenicia
y hazte con hermosas
mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes
sensuales,
cuantos más abundantes
perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades
egipcias
a aprender, a aprender de
sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu
mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el
viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la
isla,
enriquecido de cuanto
ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te
enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso
viaje.
Sin ella no habrías
emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que
darte.
Aunque la halles pobre, Itaca
no te ha engañado.
Así, sabio como te has
vuelto, con tanta experiencia,
entenderás
ya qué significan las Itacas.”
(Constantino
Kavafis)