martes, 17 de enero de 2017

MediTErráneo


El Mediterráneo de cuando éramos niños, con sus grandes toallas de colores y su olor a mariscada. El Mediterráneo de nuestros primeros besos y de los septiembres tristes. Ese Mediterráneo donde nacieron las civilizaciones y las lenguas madres, donde se bañaron nuestros tatarabuelos y podrían seguir bañándose nuestros tataranietos. Ese mar cerrado que sin embargo nos abre a los otros. El mar de los turistas color cangrejo y de las carabelas fenicias. El mar de las utopías, de las mitologías, de las epopeyas y de las odiseas.

Tenemos tanto que decir sobre el Mediterráneo. Quienes nacieron a sus orillas, quienes nos criamos en su regazo, quienes lo cruzaron agonizando y quienes sucumbieron. Tenemos tanto que decir sobre el Mediterráneo.

Tenemos tanto que lamentar sobre el Mediterráneo. Quienes contaminan sus aguas, quienes emponzoñan su cultura, quienes pisotean su historia, quienes tergiversan su presente, quienes saquean sus tesoros, quienes descargan su munición, quienes rearman a sus ejércitos, quienes callan y otorgan, quienes hablan manteniendo equidistancia. Tenemos tanto que lamentar sobre el Mediterráneo.

Entre todos lo estamos matando y entre todos podríamos salvarlo. Nadie parece comprender que está en nuestras manos. Que él es el camino de Itaca. ¿Cómo resignarse a olvidar las palabras de Kavafis? Y, sobre todo, ¿por qué olvidarlas? ¿Para qué? ¿No son ya suficientes los ahogados, los mutilados, los desarrapados? ¿Hay que seguir viviendo la pesadilla diseñada por quienes no saben soñar ni compartir la realidad? El mensaje está escrito: no debemos temer a los monstruos si no están dentro de nosotros. ¿Comprenderemos al fin qué significan las Itacas?

Cuando emprendas tu viaje a Itaca 
pide que el camino sea largo, 
lleno de aventuras, lleno de experiencias. 
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes 
ni al colérico Poseidón, 
seres tales jamás hallarás en tu camino, 
si tu pensar es elevado, si selecta 
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. 
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes 
ni al salvaje Poseidón encontrarás, 
si no los llevas dentro de tu alma, 
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo. 
Que muchas sean las mañanas de verano 
en que llegues -¡con qué placer y alegría!- 
a puertos nunca vistos antes. 
Detente en los emporios de Fenicia 
y hazte con hermosas mercancías, 
nácar y coral, ámbar y ébano 
y toda suerte de perfumes sensuales, 
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas. 
Ve a muchas ciudades egipcias 
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu mente. 
Llegar allí es tu destino. 
Mas no apresures nunca el viaje. 
Mejor que dure muchos años 
y atracar, viejo ya, en la isla, 
enriquecido de cuanto ganaste en el camino 
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje. 
Sin ella no habrías emprendido el camino. 
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. 
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, 
entenderás ya qué significan las Itacas.
 (Constantino Kavafis)