Magdalena, hermana, ya estarás en el cielo. Quiero decirte que te extraño y no puedo llamarte al Mada-Yoigo. No comprendo lo que ha pasado, cómo te has ido, por dónde. Ahora que las edades nos emparejaban, que teníamos que hablar de los niños, de cómo siguen los parientes, de dónde me duele hoy... Ahora que nos decíamos "cariño", "reina", "no seas tonta"...
Te has ido serena, como los que tienen la conciencia limpia; mimada como quien ha dado mucho; sabia como el que sabe a lo que va... Tu certeza te dio aplomo, resignación, fuerza, casi alegría. Te he dicho que te quiero al oído, junto a la máscara de oxígeno, casi como quien reza. Y también te he dicho gracias. Gracias por cosas grandes y por tonterías. Gracias por dejarme tanto tiempo ser la hermanita pequeña. Ahora me obligas a dar el estirón. Espero comprender cómo hacías para ser tan valiente. Te prometo que lo intentaré. Creo que lo conseguiré, con tu recuerdo, con tu modelo.
Cuida de papá y mamá. A partir de hoy te llamaré por el corazón.