
La poesía es el arte marcial de la literatura. Porque en su lucha con la emoción utiliza la disciplina mental. Porque el poeta se ejercita como un samurai incruento y se hace el harakiri incruento y busca la economía de movimiento y busca vencer mediante la suavidad.
En cada poeta hay una persona emocionada, pero también analítica, pero también minuciosa: como el último monje tibetano, como un relojero de cucús, como un artesano del vidrio.
Igual que el vidrio se trabaja el verso: promediando las temperaturas, empleando la química del color y la alquimia de la transparencia. Para escribir un poema, hay que alcanzar el punto de maleabilidad, el punto candente. Pero una vez compuesto, el poema es un objeto frío. Y el poeta es un muñeco roto. El lector es quien vivifica al poeta y quien revitaliza el poema. Le da ritmo, melodía, armonía y alma nueva.
Por eso, tan importante como el buen poeta es el buen lector, o lectora. El buen escuchador. O escuchadora.
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