Autor: Rosauro Varo
Cobos
Ediciones En huida. Sevilla, 2018
15 €
Rosauro
Varo Cobos, joven pediatra cordobés, curtido en calidad de médico y cooperante
en países como Costa Rica, Perú, Sudáfrica, República Centroafricana o
Mozambique, ha escrito una novela imprescindible. ¿Por qué imprescindible?
Porque nos confronta con la vertiginosa actualidad prestándonos una mirada caleidoscópica,
intertextual, con ese parpadeo-zaping que es la única oportunidad que nos queda
para comprehender el presente.
“Todo lo que aloja
este libro ya ha sido pensado, analizado, madurado y descifrado. Todo lo que
aloja este libro ya ha sido grabado, redactado, recitado y cocinado. Todo lo
que aloja este libro ya ha sido vivido, leído, oído y digerido. Todo lo que
aloja este libro no es más que un plagio. Todo lo que aloja nuestro interior lo
es.” Así comienza la novela, así de a palo seco. A continuación, entramos en
una mente que parece ubicua a través de un diario que parece un informe
policial. Y ya estamos atrapados.
PLAGIO es un rugido
áspero, una “dentellada seca y caliente” a nuestro siglo lleno de zombis,
replicantes e iluminados. Un canto miserere por la muerte del pensamiento
lineal. El apocalipsis de la gnosis y el exorcismo de un momento histórico endemoniado.
PLAGIO es un viaje por el contenido cognitivo de la
generación del milenio a través de un personaje ilustrado, descreído e
incorrecto, en estado de vigilia total. Duro de roer y de pelar. Con humor sarcástico
y con la fuerza expresiva de un lenguaje de la calle (entre icónico y
escatológico) y de Twitter (impactante, medido), nos habla de la modernidad
construida sobre el lodazal de la historia. Nos habla de este mundo nuestro que
oscila entre lo “vintage” o “retro” y el Antropoceno con su gran aceleración. Los
planos de la historia personal, la cotidianidad, el discurso de la historia
universal, el ruido planetario... Todo se entremezcla y entrecruza. Pero
no se emborracha. Resulta, como en El
jardín de las delicias, en una suerte de onirismo e hiperrealismo.
El autor ha elegido el
formato diario para armar y ensamblar la historia en un collage de 100 pequeñas
piezas. El protagonista es un gigantón lúcido e incómodo que le retransmite su
cotidianidad a un público invisible. Se nos muestra como un hombre metódico, al
que parece importante la hora del día y el lugar de la casa en el que escribe,
como si se tratara de un juego de “cluedo” en el que la acción se desplegara
dentro de la geografía doméstica. Sin embargo, es en la mente del protagonista (ácido,
verborreico,
cabreísta, sobreestimulado, como un Dr. House del aquí y ahora)
donde se juega un totus revolutum de
meta-fantasía y ultra-consciencia.
Mediante un lenguaje,
como se ha dicho, fresco, de frase corta y estilo puntillista, asistimos a un
rastreo y desenmascaramiento de la hipocresía social, a una catalogación
exhaustiva de sus mutaciones. Como un barrido del mundo y, al mismo tiempo, una
disección con escalpelo de un corte transversal. Imaginamos una mueca de
cinismo en el narrador cuando verbaliza y traduce el presente, llevándonos a
una suerte de existencialismo frenético y borroso, con una nómina de personajes
que emergen por un instante de sus redes o perfiles sociales y nos muestran esa
clase de vida frívola y neurotizada que se oculta tras los emoticonos.
La elección de una
puntuación estilo pizzicato nos obliga a acelerar el ritmo de lectura y a
romper la línea de razonamiento para entrar en un vértigo de fogonazos fílmicos
y golpes de memoria. “La realidad es una huida petrificada”, leemos. Y se nos requiere
comprender un pensamiento atlético y una conciencia hipersensibilizada por el
bombardeo de estímulos. Los personajes del siglo veintiuno (desde
Slavoj Žižek a Terrence Malick, desde los “hooligans”
a los colgados, intelectuales, artistas, científicos, veganos,
hípsters…) son convidados a un festival de monstruos, baile de máscaras, danza
de malditos. El lector también es invitado a contemplar (y creo entender que
ésta es la intencionalidad del autor), desde la arquitectura emocional de un
protagonista sin identidad y políticamente incorrecto, cómo la vida, la cultura
y el humanismo se desintegran en la cabeza de un descerebrado.
Entre los habitantes de sus páginas, tal vez Malick
llevaría PLAGIO a su terreno: conflicto entre razón e instinto, dramático,
experimental, cósmico. Quizás Camus diría que se trata de un nuevo
existencialismo de la vorágine. Puede que Bukowsky se rascara los sobacos, Rilke
compusiera una oda inefable y Kiéslowski, un documental metafísico. En todo
caso, cualquier lector de hoy lo leerá, atrapado en el filo del presente (entre
el vértigo de su propia incertidumbre y el vacío), como si cambiara de cabeza y
no obstante sintiera con su propio corazón.