martes, 28 de mayo de 2024

Orfandad, de Kepa Murua

Una lectura basada en las notas de la presentación

Por Ángela Mallén


ORFANDAD

Autor: Kepa Murua

Diseño Portada: Victoria O´May

El Desvelo Ediciones

Santander 2024

140 páginas


J.Rubio, K.Murua, A.Mallén. Fotogr.Ardiluzu 24

El recorrido profesional de Kepa Murua es dilatado, su bagaje está colmado, su obra alcanza cuotas elevadas y extensas. Pero este libro es otra cosa. Porque habla de la orfandad. De algo que no se sabe hasta que no se vive. La ORFANDAD es un estado. Es un estado de ánimos, quizás también un estado mental, casi un estado civil. Pero la orfandad es, ante todo, un estado de conciencia. La poesía también es un estado de conciencia, como ya nos ha dicho el poeta Juan Carlos Mestre. Por eso es buena compañera del duelo.

 

El poeta sabe que tiene que trabajar eso que le está pasando. Esa nueva forma de seguir viviendo. Con menos responsabilidad, más dolor, más conocimiento de la vida. Y hay algo que de repente averigua: con los padres muere el niño que el poeta había sido hasta el final. Perder a los padres es quedarse con las espaldas al descubierto y también sin nadie delante que corte los vientos. Y el poeta debe tomar una determinación: movilizarse o paralizarse. O quizás una tercera vía: encerrarse a escribir todo eso que se mueve en su interior.

 

El poema de la página 126, de título “Libro”, ha hablado conmigo y me ha dado a entender que no quiere una reseña al uso, de la misma manera que no quiere nombres, ni dedicatoria, ni colofón. Que el poeta escribió este libro con lo que sentía y no con lo que acontecía. Hay silencio en estos versos. Hay pensamiento. Hay llanto contenido. No hay drama. Sólo son “poemas de un hijo a su madre”. La voz es por eso íntima, no triste.

 

Este libro está envuelto en la belleza que ha creado para su portada la diseñadora Victoria O´May Alvés. Y contiene también belleza. Porque la mirada hace bellos los universos perdidos.

 

Quise preguntarle al autor si había buscado embellecer la dureza del duelo. ¿Cabe pensar en una estética del duelo? ¿Hay mecanismos de sublimación? ¿Es lícito buscar la belleza del dolor? La respuesta la encuentro en el poema Jarabe (Pág.15): Es eterna la espera: lloras / una última lágrima sin fuerza, / mientras yo seco la mía / para que no salga. // El recuerdo ha de ser noble; / ante el dolor, la belleza, / ante el sufrimiento, la entrega, / y la bondad frente a lo inevitable.

 

Hay poemas que son oraciones. En el poema “Nuestro” (pág. 111) se detecta el alcance, la importancia del sentimiento de arraigo, que sufre un cataclismo cuando se pierde a los padres. Por eso, y por lógica psicológica, hay en el poemario un rastreo del tiempo vivido. Un inventario de objetos usados. Es una “revisitación” de la vida. Una última visita al hogar, al núcleo, al nido. Hay en nuestro lugar / un tiempo para todo: / para la luz, para la obscuridad; / el mal o el bien; incluso para la neutralidad.

 

Encontramos la clave del Nunca Más, el momento de enfrentarse al vacío. Desaparecen las cosas, los sueños, / también la infancia, como tus floresDesaparecerá la casa, el balcón con sus macetas, / se borrará la calle.  “Desapariciones” (pág. 17). Muchos de los títulos de los poemas son nombres de objetos. Porque cuando alguien muere, muere también su entorno. Hay una zona cero.  Me quedo con el teléfono en la mano. / Sonó en la mañana, / hacia las nueve y cuarto, / una voz dijo: Ya está. “Teléfono” (pág. 78).

 

Hay muchos poemas que son cartas a la madre, como si se hubieran quedado muchas cosas en el tintero. Podría ser una carta de perdón, / aunque no se lea ni se entregue en mano. / Una donde se cosen lazos / en una manta que cubre las sombras. “Madre” (pag. 16). En el poema “Explicación” (pág. 81), el poeta siente la necesidad de explicarle a su madre qué es la poesía. En “Testamento” (pág. 101) vemos a la madre como maestra de vida. Como si la ética, la capa moral que envuelve al poeta, sus normas de vida, le hubieran sido transmitidas por ella: Lo aprendí de ti, / tú me enseñaste: / levántate pronto, haz las cosas / lo mejor que sepas… / Sé tú siempre / aunque no te entiendan.

 

La lectora se pregunta si hay aquí más de elegía o de libro de memorias. Se diría que más bien se trata de un balance entre ambos. El tono de ligera melancolía que recorre e impregna los versos funciona como una pátina de añoranza, pero no llega a ser un lamento, no es quejumbroso. Hay una deliberada contención no elegíaca. Olvidar las cosas pequeñas / para salvar las grandes: / el amor, la generosidad, la entrega; el olvido que no se puede olvidar. “Olvido” (pág. 118). Contigo he vuelto a la terraza de cal blanca, al verde / de las hojas de parra / al sol entre los alambres de acero. “Memoria” (pág. 19).  

 

¿Ha habido intención de escribir ORFANDAD o el poeta se has dejado llevar por ese estado anímico del que hablábamos al principio? ¿Desde qué rincón del luto ha sido escrito? ¿Desde qué habitaciones de la vida, a través de qué ventanas, en qué paisajes? Leyendo, constato que cada poema lleva por título una sola palabra, un concepto. Deduzco que ha habido por tanto conceptualización: atrapar la destilación de la vida, no lo bizarro de la memoria. Diría que también ha habido, por tanto, búsqueda de un estilo acorde: la sencillez. Creo que esa voluntad recorre la poesía de Kepa Murua. Este, en concreto, es un poemario de muchas capas. Todas transparentes: pensamiento, memoria y emociones con respeto, ternura y una cuidada melancolía.

 

Como broche final dejaría un verso. El verso más lleno: el que, en la página 85, dice el nombre de la madre: María Aitzpea Aurizenea Agirresarobe.

Ver en la página de Kepa Murua