Una lectura basada en las notas de la presentación
Por Ángela Mallén
ORFANDAD
Autor: Kepa Murua
Diseño
Portada: Victoria O´May
El Desvelo
Ediciones
Santander
2024
140 páginas
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J.Rubio, K.Murua, A.Mallén. Fotogr.Ardiluzu 24 |
El recorrido profesional de Kepa Murua es dilatado, su bagaje está colmado, su obra alcanza cuotas elevadas y extensas. Pero este libro es otra cosa. Porque habla de la orfandad. De algo que no se sabe hasta que no se vive. La ORFANDAD es un estado. Es un estado de ánimos, quizás también un estado mental, casi un estado civil. Pero la orfandad es, ante todo, un estado de conciencia. La poesía también es un estado de conciencia, como ya nos ha dicho el poeta Juan Carlos Mestre. Por eso es buena compañera del duelo.
El poeta sabe que tiene
que trabajar eso que le está pasando. Esa nueva forma de seguir viviendo. Con menos
responsabilidad, más dolor, más conocimiento de la vida. Y hay algo que de
repente averigua: con los padres muere el niño que el poeta había sido hasta el
final. Perder a los padres es quedarse con las espaldas al descubierto y
también sin nadie delante que corte los vientos. Y el poeta debe tomar una
determinación: movilizarse o paralizarse. O quizás una tercera vía: encerrarse
a escribir todo eso que se mueve en su interior.
El poema de la página
126, de título “Libro”, ha hablado conmigo y me ha dado a entender que
no quiere una reseña al uso, de la misma manera que no quiere nombres, ni
dedicatoria, ni colofón. Que el poeta escribió este libro con lo que sentía
y no con lo que acontecía. Hay silencio en estos versos. Hay pensamiento. Hay llanto
contenido. No hay drama. Sólo son “poemas de un hijo a su madre”. La voz
es por eso íntima, no triste.
Este libro está envuelto en la belleza que ha creado para su portada la diseñadora Victoria O´May Alvés. Y contiene también belleza. Porque la mirada hace bellos los universos perdidos.
Quise preguntarle al
autor si había buscado embellecer la dureza del duelo. ¿Cabe pensar en una
estética del duelo? ¿Hay mecanismos de sublimación? ¿Es lícito buscar la
belleza del dolor? La respuesta la encuentro en el poema Jarabe (Pág.15):
Es eterna la espera: lloras / una última lágrima sin fuerza, / mientras yo
seco la mía / para que no salga. // El recuerdo ha de ser noble; / ante el
dolor, la belleza, / ante el sufrimiento, la entrega, / y la bondad frente a lo
inevitable.
Hay poemas que son
oraciones. En el poema “Nuestro” (pág. 111) se detecta el alcance, la
importancia del sentimiento de arraigo, que sufre un cataclismo cuando se
pierde a los padres. Por eso, y por lógica psicológica, hay en el poemario un
rastreo del tiempo vivido. Un inventario de objetos usados. Es una “revisitación”
de la vida. Una última visita al hogar, al núcleo, al nido. Hay en nuestro
lugar / un tiempo para todo: / para la luz, para la obscuridad; / el mal o el
bien; incluso para la neutralidad.
Encontramos
la clave del Nunca Más, el momento de enfrentarse al vacío. Desaparecen las
cosas, los sueños, / también la infancia, como tus flores… Desaparecerá
la casa, el balcón con sus macetas, / se borrará la calle. “Desapariciones” (pág. 17). Muchos de
los títulos de los poemas son nombres de objetos. Porque cuando alguien muere,
muere también su entorno. Hay una zona cero. Me quedo con el teléfono en la mano. / Sonó
en la mañana, / hacia las nueve y cuarto, / una voz dijo: Ya está. “Teléfono”
(pág. 78).
Hay
muchos poemas que son cartas a la madre, como si se hubieran quedado muchas
cosas en el tintero. Podría ser una carta de perdón, / aunque no se lea ni
se entregue en mano. / Una donde se cosen lazos / en una manta que cubre las
sombras. “Madre” (pag. 16). En el poema “Explicación” (pág. 81), el
poeta siente la necesidad de explicarle a su madre qué es la poesía. En “Testamento”
(pág. 101) vemos a la madre como maestra de vida. Como si la ética, la capa
moral que envuelve al poeta, sus normas de vida, le hubieran sido transmitidas
por ella: Lo aprendí de ti, / tú me enseñaste: / levántate pronto, haz las
cosas / lo mejor que sepas… / Sé tú siempre / aunque no te entiendan.
La lectora se pregunta
si hay aquí más de elegía o de libro de memorias. Se diría que más bien se
trata de un balance entre ambos. El tono de ligera melancolía que recorre e
impregna los versos funciona como una pátina de añoranza, pero no llega a ser
un lamento, no es quejumbroso. Hay una deliberada contención no elegíaca. Olvidar
las cosas pequeñas / para salvar las grandes: / el amor, la generosidad, la
entrega; el olvido que no se puede olvidar. “Olvido” (pág. 118). Contigo
he vuelto a la terraza de cal blanca, al verde / de las hojas de parra / al sol
entre los alambres de acero. “Memoria” (pág. 19).
¿Ha
habido intención de escribir ORFANDAD o el poeta se has dejado llevar por ese
estado anímico del que hablábamos al principio? ¿Desde qué rincón del luto ha
sido escrito? ¿Desde qué habitaciones de la vida, a través de qué ventanas, en
qué paisajes? Leyendo, constato que cada poema lleva por título una sola
palabra, un concepto. Deduzco que ha habido por tanto conceptualización:
atrapar la destilación de la vida, no lo bizarro de la memoria. Diría que
también ha habido, por tanto, búsqueda de un estilo acorde: la sencillez. Creo
que esa voluntad recorre la poesía de Kepa Murua. Este, en concreto, es un
poemario de muchas capas. Todas transparentes: pensamiento, memoria y emociones
con respeto, ternura y una cuidada melancolía.
Como broche final
dejaría un verso. El verso más lleno: el que, en la página 85, dice el nombre
de la madre: María Aitzpea Aurizenea Agirresarobe.