Julia
Otxoa nos hace entrega de una colección de cuentos dignos de un establecimiento
de delicatesen. Fueron escritos en un lenguaje indudablemente lírico; pero se
trata de un lirismo que podríamos apellidar como crítico, onírico, surrealista,
melancólico, filosófico o incluso meteorológico. Un estilismo escueto y exacto,
como de narrador que informa sin retórica ni asombro, con asepsia, sobre hechos
inverosímiles. Nuestro mundo conocido aparece flotando en una atmósfera
alucinógena, y terminamos por comprender que esa atmósfera no es otra que el
espíritu de nuestra época. Como fondo, un humor dorado, casi negro. Humor
óxido, casi corrosivo. Humor en el aire. Humor a lo Buster Keaton, de cara
seria e inteligente ironía. Como forma, un uso magistral de lenguajes, jergas y
registros: científico, judicial, palaciego… Una expresividad precisa y rica que
permite ver la brillante idea con nitidez. Un trabajo documentado y
experimental. Se entrecruza y entrevera lo animado/orgánico con lo
imaginado/lingüístico. Se levantan estos cuentos como macroescenarios: zocos,
teatros, carpas circenses, para representar una parodia sobre la diversidad de
temas que nos acucian, agobian o superan: la mercadotecnia, la injusticia
social, la educación, la banca, el desempleo… Y a través de la hipérbole y el
disparate se dibuja una caricatura cruda e incisiva en un tono que me atrevo a
calificar de absurdo-alegre. Porque carece del punto depresivo y deprimente de
los paisajes kafkianos. Porque se eleva y complementa a través de lo poético y
lo satírico. Porque deja al lector preparado para la esperanza.
Discurren
pues estos cuentos a modo de imágenes de cinématons que parecen emanar
de una fuente psíquica y conforman una película de cinema europeo: tan críticos como el Neorrealismo italiano, tan libertarios
como la Nouvelle vague. Algunos
cuentos, como Anochecer en la ciudad,
o Comitiva, presentan un lirismo
plástico que recuerda a Anulf Rainer o Francis Bacon por su surrealismo
abstracto orgánico, o la destrucción de las formas.
Los
personajes cobran en su dibujo un aspecto de autómatas decimonónicos o ciber steampunk (Cita en la embajada). Otros aparecen como seres aturdidos,
extraviados en un mal sueño; o angustiados por la “insoportable levedad del ser”.
En todo caso, ternura hacia los absurdos destinos y avatares de personajes que
recorren nuestras ciudades y habitan en nuestros edificios. Una temática que pocas
veces se despega del vecindario, de la barriada.
Crítica
mordaz, cáustica. Nunca histriónica. Algo tiene de Italo Calvino, quizás el ambiente
de ciudades invisibles y apocalípticas. Algo tiene de esa poesía del
pensamiento de la que habla George Steiner. Algo tiene también que sin duda haría
disfrutar a Karl Jung: la materia de los arquetipos que conforman el
inconsciente colectivo.
Quizás
Julia Otxoa sea una poeta que imagina historias disparatadas para mostrarnos la
necesidad de un mundo mejor. Oficina de
empleo es una hipérbole de la fantasía que no obstante funciona como un
teatro de sombras de la realidad. Los
jueves, milagro tiene forma de esperpento valleinclanesco, grotesco y
kafkiano. Corrientes literarias contiene
la ironía en estado puro. En estado purista. Como todas las noches es una caricatura de trazo hiperbreve: un
bosquejo de dos líneas. Hay piezas puras, escritas en estado de gracia: Dubium, Cajeros automáticos, Danza blanca,
Mujeres imantadas, Infancias extrañas, Las del alba serían. Piezas inquietantes:
Accidente. El relato Juegos levanta una esquina del telón
minutos antes, segundos después de que se represente el gran teatro del mundo. Una nueva era muestra un juego histórico
evolutivo. Un nuevo género. Sólo citaré un párrafo extraído del cuento Extravío (pág. 62), que parece escrito
para que lo lean Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro
y que contiene una denuncia a la que no se ha hecho alusión todavía: el
latrocinio del hábitat humanista que nos convierte a todos en expatriados. “Penada con la muerte la nostalgia de la
costumbre, abolidos los sueños, desarraigados de todo, de pronto un día
despertamos extranjeros en un territorio desconocido y hostil. “
Una
literatura pensada entre dos estados: allí donde confluye lo objetivo de la
imaginación y lo subjetivo de la realidad. Escrita entre dos luces: cuando
todavía no se sabe si volverá a amanecer. Una escritora que recicla la materia
orgánica y la convierte en materia literaria. Minimalismo genial en el planteamiento
conceptual, delineado con precisión de escalpelo y, al mismo tiempo una enorme
riqueza expresiva en lo concerniente a lo formal. Y siempre, a lo largo de todo
el libro, la complejidad del matiz, la claridad del mensaje, el doble guiño a
la certidumbre. No en vano se abre con un cuento que le da una vuelta de tuerca
a la identidad: El escalador, y se
cierra con otro que riza lo poético con un trazo de ironía: Pájaro llovedor.
La
lectura de “Confesiones de una mosca” resulta tan interesante como un artículo
científico, tan divertida como un anecdotario en una sala de espera, tan
extraña como las instrucciones de uso de un artilugio futurista, tan pura como
un poema de Sylvia Plath.
Mucho
néctar literario. La mosca se habrá quedado satisfecha.
sábado, 2 de junio de 2018
ReSPUEsTaS A UNa MoSCa
Confesiones de una mosca. Julia Otxoa
Menoscuarto
Ediciones. 2018 (100 páginas)
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