I
Mi
vocecita con la que me enfado, me explico, me pongo romántica… dice que en
cuanto salimos del país cambiamos de alma. Él conducía, puesto que yo
pertenezco a la estirpe de los sin carnet. Nos habíamos llevado a Tom Waits,
que nos cantaba el temario completo de “Rain dogs”. En aquella carretera todo
el mundo tenía un camión, y yo miraba las nubes en forma de ratita Ratatouille y
de lechón. Aquello era un película en 3D: las nubes flotaban, las colinas se
desdoblaban, los arcenes se despegaban del paisaje y los insectos se suicidaban
contra el parabrisas. Los árboles y letreros parecía que se iban a salir de la
pantalla. El pensamiento se disparaba. Sin embargo el pensamiento hay que
usarlo con discreción…
Llegamos
a un lugar donde se escuchaba el tic-tac del reloj de la cocina y un cacareo a
lo lejos sonaba como dentro de la cabeza No sonaba nada más. Era el silencio del campo en el que las hojas
de los árboles se balanceaban. Algún pequeño crujir, casi inaudible, de algún
ente incorpóreo caminando sobre la tarima del salón. Eso era todo.
Y
seguimos. En aquella otra carretera se alternaban los campos de cereales y los
bosquecillos. Había algún que otro puesto de carretera con sombrilla roja donde
ciertos coches se detenían para tomar refrescos o un poco de fruta. La mies
estaba recogida en haces cilíndricos sobre los prados verdes donde asomaban la
flor amarilla y la flor blanca.
Otra
vez los pastos.
Los
aspersores expulsando una curva de agua tornasolada. Las vacas rubias desnudas,
sin su traje de vaca. Las nubes, ya sueltas como globos de helio, anunciando el
sur. La línea de camiones, el moderno convoy que reposta las áreas comerciales.
Y los unifamiliares rancheras, cabriolet… todos de color coche (gama de grises,
blancos, rojos, azules metalizados).
En
el viaje todos somos mortadelos transformers,
camaleones de blandiblú, peones, cortesanas…
Hasta que regresamos por el mismo camino. Mi vocecita de pez en la arena que se
arrastra en busca del mar comenta que la vida es un mosquito tigre. Una fiera
minúscula, psicodélica, tragicómica. Circular.
De
nuevo en mi país oigo que alguien dice: “un abrazote guapetona”. Y siento una inexplicable
comprensión gaseosa.
II
Para Itziar
Ella
conoce el sueño lúcido: vivir en la simultaneidad los planos de la realidad.
Sus capas. La conciencia transversal. La gran transparencia. Percibir la vida
como desde el interior de un vehículo en marcha y como en un pastel de milhojas
translúcidas.
¿Cuántas
capas? ¿Son muchas las capas? No sé. No me apetece contarlas. Algo así dijo, o
lo pensó al menos. No fue así como lo dijo. Era agosto y el calor igualaba
todos los agostos. Todos aquello meses que ahora parecían encadenados.
Montados. Concatenados. Sin otros meses de por medio. Sólo agostos. ¿Sólo
agostos? Tú alucinas. En la cabeza se juntan todos los calores. Todos los
veranos. Todos los viajes de agosto recorriendo carreteras que son el mundo de
los vehículos, el mundo alargado y estrecho por el que desplazan su existencia
tripulada. La morfología, la estética, la dinámica de un interminable
laberinto. Puentes, señales, líneas de asfalto. Siempre adelante. El mayor
bien, la velocidad. La ley más implacable: la limitación. Siempre avanzando
con el destino en la cabeza, en el GPS, en el corazón. Los árboles flanqueando
y desapareciendo para siempre. Un segundo en la conciencia de alguien y quién
sabe si después sumergirse en la insignificancia hasta que otra conciencia
viajera los despierte. La efímera conciencia de las autovías. Su conciencia
perceptiva de nube. Su monótona carencia de resistencia.
Publicación en "Agitadoras"
Publicación en "Agitadoras"
LA CÓLERA ANTIRRADICAL (de junio)
Esta
mañana me he levantado con la cólera de Aguirre en la cabeza. Tú ya sabes a qué
cólera me refiero. Esa cólera que Aguirre dibuja con una sonrisa de Joker de
Gothman. Una cólera redundante, furiosa,
con saña, que se le reconcentra en la voz suavemente firme de ilustre señora
condesa iracunda, desdeñada y abochornada. La cólera que le sale por los ojos
como por dos negras tuberías de pvc. Tendrías que verla, alucinada y voraz,
predicando apocalípticamente para convencernos de que su adversaria Manuela Carmena,
que quiere “romper el sistema
democrático y occidental”, no llegue a la alcaldía de Madrid. Porque Manuela
Carmena pretende acabar ella sola, tú imagínate, ella sola, acabar con la
democracia occidental. Destrozar la democracia “desde el radicalismo”, desde su
radicalidad jurista, de juez emérita. Destruir este país que ha sido edificado
desde la Nobleza y desde la Grandeza. Destruirlo desde la radicalidad hiperbólica.
Desde la radicalidad espantosa. Demoler una democracia tan linda, tan
estupenda, tan monísima, tan primorosa, tan chévere, tan justa para la gente de
bien que viste bien y no afea las calles cuando vienen turistas; tan divertida
para las fiestas de cumpleaños con globos y las cenorras con langostinos; tan
sencillita para desviar millones de euros a los paraísos fiscales quitándoselos
a los enfermos que de todas formas se van a morir; tan apropiada para tantos
periodistas majísimos que machacan, vilipendian y tergiversan a los radicales; tan
comprensiva con tantos compañeros que (¡quién lo iba a sospechar!) malversan,
defraudan, prevarican, manipulan con premeditación y miente con desparpajo; tan
majísima para los jóvenes que sólo podrán desarrollar su proyecto vital en el
extranjero; tan chula para los parados de eterna duración que subsisten
humillados y confusos. Destruir
semejante monada de democracia desde la apestosa radicalidad de una mujer que
ni siquiera tiene asesores corruptos con quienes pactar cositas interesantes.
Una mujer que sin apenas ir a la peluquería quiere arruinar la democracia de
este país de arruinados feos, antiestéticos y chillones que tanto molestan,
aunque “son poquísimos”, cuando vienen a agitarlos los radicales “pagados pa
meter follón”.
¿Tú
te acuerdas de cuando Enrique Tierno Galván decía que “radicalizarse es perder
el miedo” porque es volver a la raíz. Y tampoco vendría mal recordar unas
palabras de Adela Cortina "Gracias a los inconformistas (del
mundo filosófico y de la vida cotidiana), a los que no se resignan con el derecho vigente, la política
meramente pragmática y la religión domesticada, los que siguen
empeñados en la idea de que debe ser de otro modo, porque nuestro mundo práctico no
tiene -ni en el Este ni en el Oeste- altura humana. Gracias a ellos
sabemos que sigue existiendo una aspiración en el hombre, llamada moral".
O también estas otras de José Luis López Aranguren: “¿Qué tienen que ver
con la sociedad civil los nuevos movimientos sociales alternativos, los
jóvenes -y maduros- en paro, los marginados de toda especie, las minorías más o
menos étnicas y, con frecuencia, nacionalismos, etcétera? Sólo por ingenuidad o
por voluntad de confusión puede suponerse incluido el conjunto de la sociedad
en el grupo privilegiado de quienes detentan unos nuevos poderes fácticos,
sociales, sí, pero que se sustraen a toda responsabilidad social”. Y no
olvidemos tampoco, por favor, la razón poética de María Zambrano, su voluntad
de unir el pensamiento, la emoción y la vida…
Quizás
haya llegado la hora de volver a los viejos maestros para desenmascarar a las
viejas glorias defensoras de “nuestro sistema constitucional de democracia
occidental”, un sistema viciado y vaciado de todo el contenido que le otorgaron
los verdaderos socialdemócratas españoles y europeos. Quizás no haya otro
camino que “radicalizarse” a lo Tierno Galván. Pese a la cólera de Aguirre.
Tú
dirás, qué me está contando esta mujer.
Pues eso.