Fotografía de Maite Jou y poemas de "La noche en una flor de baobab", un tandem que tuvo lugar en Barcelona, con el cielo lleno de vencejos.
SOMBRAS, FLORES (Hipótesis nula)
Siempre quise llamarme Úrsula, llamarme Oliva,
llamarme Isolda. Echar raíz floral, ramas acústicas. Florecer en el oasis de un nombre.
Me llamo Úrsula.
Escuchen el perfume de gaviota.
Me llamo Enmanuela.
Escuchen el calor en mi alma.
Esta noche de antílopes furtivos, Oliva ya es mi
nombre:
así se llama el fruto de los campos,
así el silencio blanco de las flores de loto y baobab.
También me llamo Isolda, para cantarte un aria de
Tristana.
También me llamo Úrsula: el ave que ensombrece
con su vuelo a un nenúfar. Y Enmanuela,
el nombre de un felino que solloza
deshecho en el eclipse de la jungla.
Con mis labios de Oliva, yo te arrullo:
déjame que te quiera como tú me enseñaste,
con ternura y con temeridad.
Como un galán de noche. Como la belladona.
Como una violeta pilotando una piedra arrojada.
VACUUM (Proposición Primera)
Crecen flores de hielo en un campo incendiado.
Yo soy la famosa perdedora. La que siempre elige la opción B. La
sacerdotisa de las alcantarillas. La que nunca pondrá un pie en Nueva York. La factotum.
La desglamourada. La antireinona.
Soy la que abunda.
A mi paso los ojos se desactivan. Tengo suerte. Porque
ser mirado es ser acertado. Mirar es derrumbar.
Duermo con el vacío en un tálamo nupcial. (Mi cama
hecha con pétalos de las flores carnívoras). Ni los muertos ni yo seremos
transgresores. Somos los transversales. Existimos en diagonal. Cultura,
ideología: todo lo franqueamos. Por todo nos filtramos. En los pozos nos
reconocemos. En las cuevas de extraños.
Que nadie nos mire. Ni a ellos ni a mí. Ser mirado es
ser imantado.
Compartimos dones y condenas. Captamos tránsitos.
Olemos cambios. Nos entristecemos antes. Nos esperanzamos antes.
Que nadie nos observe. Porque ser mirado es ser recogido. Mirar es cortar.
Cierra los ojos ya. No ver es oler.
(Crecen flores de hielo bajo un cielo encendido).
todo recto por el frío.
Ahora veo la estatua de hielo que éramos
en aquella ciudad vieja del nordeste.
esperando con ella
en el centro del frío, debajo del castillo.
Yo tenía su fragancia,
¿o era su miedo?
¿o su temeridad?)
Había una iglesia grande donde olían
a incienso las gitanas
sentadas en la noble escalinata.
Los gigantes dormían en la Casa
Consistorial.
todo recto por el frío.
La calle San Antonio,
enfrente de la tienda
del petróleo y las papas, junto a los Cines Fémina,
hasta la pastelería.
chocolate y anises de colores.
Ternura, privilegio.
Un cándido secreto.
me comía a mi madre.