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Francisco Nieva |
Borrasca
Una vez vi de cerca a un ángel del mal tiempo.
Era más alto que la torre de Correos
y no tenía paraguas.
Me abrazó como amigo friolero
y siguió su camino en dirección al norte.
Yo me quedé pensando bajo el cielo nuboso
de leche levemente luminosa,
que soy un hombre solo haciendo su trabajo
a mil quinientos pies.
Por poco soy un pájaro esperando a que escampe.
Los
puentes son severos y también misteriosos.
Están
llenos de pasos inseguros
y
nunca sabe uno lo que hay al otro lado.
Nunca
sabes si al fin lo cruzarás,
si
habrás saltado antes.
Yo soy
de una ciudad de puentes en la niebla.
Existe
un puerto blanco bajo el mar
donde
atracan los buques naufragados.
Hay un castaño en Yale y una acacia en Sudán.
La estepa de Tanzania guarda un tigre
dormido.
Mi noche es un desierto llamado Kalahari.
Soy
quien escribe un verso en las pared.
Miro los ojos brunos de las moscas
y los ojos compuestos de la gente.
Te miro con mis ojos de lince, brujo y fuego.
Seguridad no busco, busco una certidumbre.
La certeza da un gramo de felicidad.
Se precisa humildad para saber
quién eres,
y un discreto valor para
expresar
tu verdad diminuta,
como quien deja libre un
colibrí.
Un
ángel del buen tiempo me abrazó
y
siguió su camino en dirección al sur.
Yo me
quedé pintando bajo el cielo nuboso
con su
poca luz tibia
de
leche levemente luminosa.