En aquel
poblado de paja y desierto, donde sólo sucedía el amanecer ocre de la arena,
nadie comía hasta saciarse ni gastaba saliva en palabras. Los ancianos se
sentaban en el suelo y esperaban a morirse como cepas de baobab; las mujeres
agotaban su fuerza machacando raíces; los niños reían con ojos tristes y
jugaban con niños fantasmas. A los hombres del poblado se los había llevado el
siroco. Nadie sabía traer un futuro...
(De Bolas
de Papel de Plata, A. Mallén 2014)