Los trenes
nos tragan, nos digieren, nos transforman en bolo. Salen de los túneles como
los ríos de las grutas o las personas de la enajenación, con un sonido grave
que luego sube una octava y por último se vuelve un sostenido. Los trenes son
enormes instrumentos musicales. Son máquinas eficientes del tiempo interno
donde el viajero puede contemplar el todo en el núcleo de la oscuridad y la
nada en el borrón de la velocidad.
En el tren
siempre viajamos al mismo punto y tenemos la misma edad. Varía el paisaje como
cambian los días en los calendarios, sin alterar la esencia de la vida ni
aportar grandes novedades al viajero. Pasan campos con más o menos árboles,
cielos con más o menos nubes, andenes con más o menos gente. Sólo el viajero
parece detenido. Como un eje que pudiera ver y pensar eternamente. Como una
estrella presocrática. Pasan imágenes
coloreadas. Pasan ciudades con nombre de destino. Se ve una casa abandonada
cerca de un barranco, un campesino suspendido en un gesto, un ciclista
funámbulo sobre la cuerda de un camino, dos o tres pasos de alguien, maletas en
el andén, un cogote y una cara fundidos en un abrazo. Podemos imaginar una
historia sencilla y triste, una lágrima para un pañuelo de papel. Pasan grandes
nubarrones gris marengo que parecen un dibujo emborronado con el pulgar. De
repente el cielo está limpio. Se convierte en un cielo sencillo, con la luz
blanca y halógena de las tardes de invierno a través de los árboles desnudos.
En el gris quedan abandonadas, como dinosaurios en otra era, naves industriales
en medio de un charco de cristales rotos, ciudades de barrios roñosos, las
afueras de la dignidad donde reinan la vergüenza junto a la culpa y donde se
busca la invisibilidad.
En alguna
estación de las tantas, con un poco de suerte, el viajero encontrará la mirada
abstraída de un jubilado miratrenes. Es una mirada que parece vacía y efímera,
pero es un chorro de pensamiento, una biblioteca de la vida, una película que
dura cien años. Es una flecha que puede ver y crear. Acertar o caer. Es una
idea al otro lado del tren. Es un garfio para los ojos del viajero. Es un
espejo, un ancla, un pequeño planeta poblado en medio de la nada vertiginosa.
El miratrenes
ha visto al viajero. Lo ha atrapado en la velocidad. Lo ha rescatado y guardado
en sus ojos detenidos, sabios como un árbol; viejos, mucho más viejos que todos
los viajeros efímeros.
Los ojos del
miratrenes ponen a salvo al viajero, en medio de la llanada.
(De Bolas de Papel de Plata, 2014)