DESENMASCARAMIENTOS EN ÉPOCA DE MASCARILLAS
Los seres sabios han ido construyendo herramientas
para conocer, interpretar, remediar o prevenir. Nos ofrecen lecturas veraces,
cálculos ajustados, intuiciones geniales. Nos muestran los secretos profundos
de la naturaleza y del cosmos. Nos invitan a experimentar la extraordinaria
fuerza de la vida y a imaginar la insondable profundidad de lo desconocido. Nos
acompañan casi siempre en silencio, hablándonos a través de sus inventos, sus
libros y sus sueños. Buscan y comparten la emoción de la verdad, la aventura de
la imaginación y el respeto por la vida y el planeta.
Pero, de la misma manera que la avispa africana
devora a las abejas, los sabios están siendo exterminados por el sabihondo. Los
sabihondos pertenecen a una especie resistente, o puede que inextinguible. Son
refractarios a los argumentos, al conocimiento, a la experimentación, a las
evidencias y a toda la pragmatología del ser humano sobre la tierra. A
lo largo de su filogénesis, sólo les ha interesado un binomio: la sugestión (elixir,
chollo, milagro) y la presa (adepto, cliente, devoto). Fuera de la burbuja que
forman con su manada, se desdibuja la realidad en todas las versiones. Dentro
de esa burbuja se sentirán a salvo sus invitados (junto con los elegidos a dedo,
los héroes de pacotilla y los de zarpazo rápido). Pasen y vean. ¿A quién no le va a interesar vivir en una
inopia categórica?
Cuando el sabihondo se cruza por la calle con un sabio,
le lanza una mirada láser con la intención de destrozarle sus gafotas de miope.
El primero saca pecho y se mide. El otro
continúa pensando en cosas suyas, sintiendo en su interior la danza de los
tiempos, el desasosiego poético y el misterio de la existencia.
Históricamente, al sabihondo siempre se le ha visto
venir. Bien porque intentara venderte un
crecepelo multiusos para vaqueros calvos y caballos pelones, bien porque te
ofertara una parcela en el cielo junto a los santos patrones y los difuntos de
la familia. Siempre repeinado y bien
tieso. La sonrisa, el guiño y la carcajada. Y luego está su estilismo, adaptado
por supuesto a los usos y costumbres. Podría acercarse a ti, biblia en mano,
cabalgando sobre un jamelgo famélico. Podría llamar a tu puerta con la
seductora cortesía de un vendedor a domicilio de enciclopedias en diez tomos. Puede
que te hable ahora como si estuviera filmándose para un tutorial. En todo caso,
no abandonará las pautas que lo han mantenido a salvo hasta la actualidad. El
gran superviviente. El listillo desalmado.
Y aquí lo tenemos, como siempre, disertando con
ahínco de lo que no sabe nada en absoluto, cazando incautos, esquematizando y
banalizando la extrema complejidad del ser. Mira por dónde, ahora el sabihondo abandera
a los asustados por los virus, a los desencantados de las democracias, a los mimados
por la mater fortuna, a los acostumbrados a los derechos de pernada. ¿Y qué les
da a todos estos? Les da la razón. Que viene
el coco, sí, sí. Que el estado de bienestar caduca. Por eso te vendo mi alarma
con videocámara, mi bunker, mi nave nodriza, mi securitatem. Serás libre
conmigo. Libre de “libertad total”, no de libertinaje ni de libertario, ni de
libertino. Nadie pondrá sus sucias manos sobre tus millones de seda, ni te
cerrará tu chiringuito boyante por culpa de una pandemia u otras zarandajas.
El sabihondo y la sabihonda. Libertadores marrulleros,
liantes, siempre con su mirada láser apuntando sobre la especie amenazada. Quieran
los seres del mundo desenmascararlos y desactivarlos.
SOS Sabiduría. Frenemos su extinción.