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Ricardo Carpani |
Llevo toda la vida diciendo que soy poca cosa. La gente me regaña. Mi madre me reñía, mis amigos me riñen. ¿Cómo puedes decir eso? Te quitas mérito. Te ofendes a ti misma. Es obsceno.
No os pongáis así, digo yo. Si comparas lo que tienes dentro con lo que hay
fuera, uno es poco. A mí me parece mentira que alguien se las dé de importante,
que alguien se crea grande. Se confunde ser con ser-grande. Cuanto más grande,
más eres. Eres más grande que grande. Así piensan muchos que, rizando el rizo,
confunden ser con tener y tener con tener-importancia. Se confunde comprender
con comprehender.
Soy una miaja de algo cambiante. Cómo puede alguien creerse más que eso.
Quizás porque eso es lo que le recomienda la publicidad: Porque tú lo
vales. ¿Qué vales? ¿Por cuánto te vendes? A lo mejor hemos llegado al
meollo: hay que ponerse en venta y buscar un sobreprecio, un margen para el
regateo al que te verás sometido. Una plusvalía.
Soy una chispita de algo indefinido, incógnito, inabarcable. Y el otro
también, y el otro, y el otro. Nadie sabe de qué clase de sustancia somos esa
diminuta porción. ¿Dónde ves tú la importancia del tamaño, la cantidad, la
medida? ¿Dónde? Soy, eres, y somos un pelín de lo mismo: de esa extrañísima,
fabulosa materia que se deja personalizar y siempre adquiere matices
asombrosos.
No entiendo a los hinchas de sí mismos, a los practicantes del yoísmo. La
única manera de estar en el mundo para mí es siendo una pequeña egoescéptica,
pasmada ante la multiplicidad.